viernes, 2 de mayo de 2014

La puerta de Jolister - Ana Caliyuri



Ignoro el tiempo que pasó desde aquella noche de abril en que él merodeaba los vestigios conscientes de mi memoria, no sé si ha pasado un año, diez o cincuenta, de todas maneras no importa demasiado eso. El caso fue que esa noche inmemorial, él decidió cruzarse hacia mi casa. El golpeteo frenético de unos nudillos sobre la puerta de chapa fue la seña inconfundible de que  era mi vecino. Tamborileaba con sus dedos, sin cesar, sobre la superficie acanalada de la puerta porque era un hombre ansioso, además de ser un buen músico. Se decía en el barrio que Jolister (así era el apodo de su innombrable nombre Jaquiabetirishulum, nombre por otra parte puesto por su madre: la Condesa de Sharlestions, una excéntrica cantante de ópera muerta en un oscuro episodio) pertenecía al Clan  de los memoriosos. Tal es así que no había estrella sobre el firmamento que Jolister no supiese nombrar. Obviamente que no podíamos corroborar lo contrario dado que en el pueblo solo  reconocíamos las Tres Marías, el Lucero y la Cruz del Sur.  Siempre he sido una mujer de pocas palabras pero, solidaria. Si mi vecino había tocado a mi puerta sería por algo importante. Las malas lenguas dicen que el hombre buscaba la gloria, los demagogos en cambio creían que él deseaba postularse para intendente del pueblo.  Yo, sinceramente, creo que él vino por respuestas y se llevó preguntas. Los recuerdos son un puesto definitivo, me dijo esa noche al entrar a mi humilde morada. La desmemoria también, le respondí con espontaneidad. ¿O es que usted Jolister no ha perdido algún tornillo en la trama de sus remembranzas? Claro que el hombre no me iba a dar la razón. Encendió un cigarrillo y expeliendo el humo por la nariz me miró con cierto aire de suficiencia, para luego vanagloriarse por su eficacia al recordar hombres y mujeres ilustres, escritores de gran notoriedad, pintores y músicos magnos. Yo siempre he sido una simple mujer, una intuitiva anónima, una maga de fantasía (las verdaderas magas son notables), pero me encontraba en plena desgracia de la mente: cada cosa que él nombraba me era distante y a su vez absurdamente conocida. El absurdo me ha salvado a veces y otras veces me he sentido resguardada por algún silogismo propio, de esos cuya validez es tan perentoria como cualquier ventisca. Hay muchas maneras de castigar a la memoria: una es hostigándola con cosas penosas que se supone han sido vividas, y otra forma y tal vez la más conocida, es toparte con los que hacen gala de su inefabilidad y te hacen saber cuan desmemoriada estás. Jolister era un inefable memorioso, su pandilla Kafkiana también. Por esas cosas del destino, supo de mí y de mi expulsión del mundo de los recuerdos un día invernal en que ambos acudimos a la Biblioteca. Claro que él sabía muy bien que era lo que buscaba: Demian de Herman Hesse, dijo en voz alta. Yo lo había leído,  jamás hubiese podido recordar la trama pero si la sensación de soledad del protagonista: esa división de sus mundos que alguna vez, si mal no recuerdo lo poco que mi memoria me permite, han sido también mis relativos cosmos. Cerré la boca, no por mucho tiempo, pues Jolister me preguntó qué libro había ido a buscar. Titubeé en la respuesta, yo sabía muy bien qué iba a buscar pero no pensaba decírselo al inefable, pues seguramente ya lo había leído y es más, lo recordaría.   Ensayé una ridícula respuesta y con cierto aire de indiferencia le respondí que estaba allí para aprender portugués por  esto del mundial de fútbol en Brasil - me gusta saber alguna palabra por si acaso pueda ir a ese hermoso país- dije. Me miró divertido, casi seguro que pudo vislumbrar mi puerta de escapada de la mente y sin miramiento ninguno por ello, soltó la pregunta:
-¿Buscás “El alquimista”?
-¡Mi Dios! Claro que me sonaba el libro, sobre todo porque soy una soñadora, pero sólo atiné a decirle que por ahora necesitaba llevarme un diccionario español/portugués. No contento con mi respuesta, apuñaló mi punto débil.
-¿Y algún buen libro para este fin de semana? Leíste Rayuela seguro.
Por supuesto que lo leí, era tan joven  cuando lo tuve entre mis manos que usé todas las formas de armar ese rompecabezas literario, me sentía libre al elegir. Joven y libre, dos grandes condiciones para azuzar todos los circuitos neuronales.

Yo creo que Jolister penetraba en mi mente, conocía el tamaño de mis sombras. Lo que él tal vez no dimensionaba es el esfuerzo que demanda vivir con la propia catástrofe. Es obvio que se puede pasar por este mundo sin mencionar un escritor o un hecho histórico, pero lo que en realidad es caótico es pasar por este mundo sin recordarse a sí mismo. Ese ser que fuiste y ya no sos pero que sabés que has sido porque los demás te reconocen…menos vos. Pero Jolister era el presidente del Clan y esas nimiedades lo tenían sin cuidado. Así fue que noche tras noche, por espacio de miles de noches, él golpeteaba con los nudillos la puerta de entrada a mi casa. Yo siempre le abría y aún hoy le abro la puerta. Jolister es el último vestigio de la consciencia y yo, sin dudas, completo su historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario