sábado, 10 de enero de 2015

Cosas de homónimos


Marianella se encerró en la habitación, necesitaba aislarse del mundo. Más precisamente, alejarse de su entorno familiar que le recomendó visitar al médico debido a su constante cambio de carácter. Encendió la computadora para escuchar música, pero la tentación la llevó a abrir la bandeja de entrada de su correo electrónico. Todos los mails querían venderle algo, menos uno: el de su homónima, Marianella Gioia. Lo leyó una y otra vez: nunca había entendido la persistente alegría de esa mujer. Con evidente disgusto abrió la ventana de la habitación para tomar un poco de aire. El día estaba pegajoso, un fiero impulso la llevó a tomar la máquina y arrojarla por la ventana del segundo piso. La vio caer pesadamente sobre el techo de lona de la panadería aledaña, y luego aterrizar sobre un tapiz de flores. Salió al balcón y se asomó lo más que pudo, necesitaba ver la computadora destruida: quería corroborar que hubiese muerto la alegría, pero olvidó que la baranda estaba en arreglo.


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