sábado, 4 de junio de 2016

Cosas del oficio


A veces uno vuela al son de otra pluma para adaptarse a nuevas rutas con distinto vuelo, para aprender que tiene ojeras la Luna y no es una nube la que entorpece la visión, o que ni siquiera es la opacidad del cristalino (en poco tiempo catarata) la que está desvirtuando la mirada; mi abuela decía que nada es verdad ni mentira que todo es según el color del cristal con que se mira. Bueno, estaba en esa etapa de azuzar la vista para ver más allá de mí, cuando me crucé con un texto vacío. No es para pensar en textos frívolos o de poca importancia, todos los tienen en la medida en que expresan algo: pero me refiero al vacio que produce un texto aún no escrito. Será que la página blanca es un mundo poco perturbado y que uno necesita turbarlo con sensaciones para sentirse viva, o tal vez es la desolación de la blancura la que invita a garabatear algo con sentido. El sentido del sinsentido de vivir a través de las palabras, o el sentido de permanecer en cualquier tiempo y espacio con personajes que tienen mucho de protagonismo, mucho más que este sinfín de eslabones anónimos humanos. El caso es que todo es adaptación, me dije, al momento de matar con mi pluma al personaje por otro creado. Después de todo a la vuelta de la esquina alguien lo resucitará, porque si de algo sabe este oficio es que nada es perenne, ni siquiera la muerte.

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