jueves, 1 de septiembre de 2016

El agujero


Camino cabizbaja por las calles de mi barrio. La hermosa libertad de saber que las casas permanecen allí ,donde mi memoria las dejó como testigos del paso relativo del tiempo. Digo relativo porque pocas cosas han cambiado: el agua potable aún no llegó, las cloacas siguen siendo un temita pendiente en la cartera de decisiones políticas y los postes de luz siguen faltando.
El hecho que me ocupa hoy es ese pozo, similar a un agujero sin fin, que está frente a la puerta de mi casa. Calculo que algún iluminado creyó que era un buen punto de partida para poner los caños de las cloacas, pero parece que la empresa encargada quebró y todo se detuvo hasta nuevo aviso. Yo espero no quebrarme una pierna al entrar a casa una noche cualquiera.
Ese agujero parece una trampa, un cazabobo o cazaboba o caza niños, o caza niñas, o caza personas. Me detengo a observar lo, en el fondo hay un poco de agua de lluvia; ayer llovió. El sol cae vertical, es mediodía.
Un día más de changas, trabajo fijo no hay. Me molesta ese agujero, me recuerda el agujero de mi estómago con ese caldo lavado, y también el agujero del corazón cuando me abandonó mi viejo. Quizá yo misma soy un agujero, y eso que veo es mi abismo. Claro que el sol da justo en el charco mugroso del pozo sin fin y parece que me refleja. Después de todo, uno es lo que ve. Me pongo de rodillas, el espejo de mi misma se rompió aquella vez en que pasé la noche afuera de casa y que es preferible olvidar. Ese mugroso charco. que se formó con la lluvia limpia, refleja mi cara de espanto.
Con cuidado voy a tapar ese abismo con la tierra que está en los costados. Cuando termine plantaré una flor, una margarita, Si, una margarita. Y la regaré a diario y crecerá, como crecen las ideas y también las circunstancias. Cuando nazca y sus pétalos blancos reluzcan, no la cortaré. No necesito averiguar si me quiere o no me quiere alguien, porque si crece es debido a que mi espejo mutó y ya no necesito preguntar más nada.

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